Todos los actos de nuestra vida cotidiana, sean cuales sean, si son hechos por amor a Dios y para cumplir con el deber que se nos impone, pueden convertirse en una fuente de vida sobrenatural que manará hasta la eternidad. ¡Ah! Si los hombres comprendieran esta doctrina de Cristo, no sólo el infierno perdería su razón de ser, sino que el mismo purgatorio podría ser suprimido.
Pase lo que me pase en este país al que voy, les pido dos cosas: la primera, que recen siempre por mí, y la segunda, que no me lloren.
Estoy convencido de que todo irá bien, así parto lleno de confianza; además, por el rescate de las almas Cristo entregó su vida; ¿por qué habría de sorprender que Dios exigiera lo mismo de uno u otro de nosotros? Lo que sí es cierto, es que nos pedirá que entreguemos nuestra vida poco a poco, gota a gota, en el sacrificio cotidiano del deber de estado. Siempre nos queda el consuelo de poder unir nuestros pequeños sacrificios de cada día al gran sacrificio de la Cruz. Dios nos acompaña durante toda la jornada; ¿Qué podemos temer?
Carta de Vicente L’Hénoret a sus padres,
28 de Septiembre de 1947
LOS BEATOS MÁRTIRES DE LAOS 